CASTING

El otro día fui a un casting. Me citaron de una agencia que me llama una vez a año, o menos. Les había entrado un casting de chicas gordas o, como me dijeron ellos por teléfono, “entraditas en carnes”, que suena mucho mejor, no fuera a ser que me deprimiera y cayera sobre ellos la responsabilidad de mi suicidio a modo de empacho con un cargamento de chocolate Valor. Hice caso omiso al comentario “políticamente correcto” y me presenté en el lugar del casting a ver qué pasaba. Cuando llego me encuentro que todas las chicas son el doble que yo. Nos empiezan a preguntar nuestras tallas y las oigo decir: “la 48”, “la 50”, “la 52”. Yo me siento insignificante con mi 42, talla que normalmente me parece excesiva. En ese momento empiezo a intuir que no me van a dar el trabajo, ya que si piden una chica gorda, perdón “entradita en carnes”, está claro que todas me ganan.

No es ésta la primera vez que me pasa. Se ve que en las agencias tienen una carpeta de “gordas” y otra de “delgadas”. Claro, como yo no estoy delgada es evidente que tengo que estar gorda. A la gente le encantan los extremos.

Hace algún tiempo que me gusta considerarme una persona normal (en cuerpo y alma), sin embargo ahora va a resultar que soy un bicho raro:
“¡Señoras y señores! ¡Damas y caballeros! Reciban con un aplauso a la única, la excepcional, la increíble… ¡Chica Que Está Demasiado Gorda Para Ser Delgada y Demasiado Delgada Para Ser Gorda!”

Vamos, que ahora mismo no sé si dejar de comer y ser, por fin, delgada o dar rienda suelta a mi apetito y ser, finalmente, gorda.